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Mencionamos en la Parte 3
que en el gobierno de Trump todo camina de acuerdo a las predicciones que
hicimos en la Parte 1: pese al contenido contrario de sus
discursos, Trump apoya el yihadismo, fortalece a Irán, y socava la seguridad
israelí. Pero no tenemos bola de cristal; entonces, ¿cómo hacemos para
predecir? Tratamos de ver, primero, si
recorriendo la historia de gobiernos anteriores en EEUU podemos ver algún
patrón estable en sus políticas. Esto nos permite inferir, como hipótesis,
una intención. Al hacer este
ejercicio, vemos una—muy estable—tradición pro yihadista y anti
israelí (Parte
2). Luego, tratamos de estimar la probabilidad de que un nuevo
presidente pueda cambiar esta tradición, para lo cual estudiamos la
estructura del sistema de creación de políticas. En lo que sigue, resumimos
aquella estructura.
Entre menos numerosos sean
quienes integran un sistema de creación de políticas, y entre menos diverso
su origen, más factible es organizarse alrededor de intereses comunes y más
fácil conservar y custodiar una línea que los proteja. Según los académicos que
estudian dicho sistema en EEUU, éste es minúsculo. A lo sumo, hay 4000
personas bien conectadas en las posiciones institucionales clave que
determinan las políticas públicas. Y esta cifra, por magra que parezca, la
presenta el politólogo Thomas Dye como correctivo a las cifras todavía más
bajas de otros politólogos.[0] Los amos de este sistema, un
grupo todavía más pequeño, son aquellos que “controlan la riqueza corporativa
y personal,” pues, como explica Thomas Dye, “los recursos iniciales para
investigación, estudio, planeación, y formulación de políticas públicas
derivan de la riqueza corporativa y personal.” El sistema entra en marcha
cuando “esa riqueza se canaliza a fundaciones, universidades, y grupos de planeación
de políticas.”[1] A
los últimos comúnmente los llaman think
tanks. Los think tanks son organizaciones privadas donde juntan cabezas líderes industriales, académicos
(bien escogidos por aquellos industriales), anteriores altos funcionarios, y
otros todavía en funciones. En los mismos think
tanks son incubados, también, los altos funcionarios del siguiente
gobierno, quienes, luego de ser nombrados, regresarán a sus ‘almas mater,’ a los mismos think tanks, para cosechar recomendaciones. Muchos consideran que el Council on Foreign Relations (CFR –
Consejo de Relaciones Exteriores) de Nueva York es el think tank más influyente. En 1970, William Domhoff, un
importante sociólogo político, escribió lo siguiente: “Douglass Cater, un periodista de
Exeter y Harvard que sirvió en el staff del Presidente Lyndon B. Johnson,
señaló que ‘algún estudioso debiera esmerarse en examinar el papel puramente
no oficial del Council on Foreign
Relations en el cuidado y crianza de un incipiente Establishment estadounidense.’ …Sobre la cuestión clave del
involucramiento gubernamental… John J. McCloy, director del CFR y funcionario
que ocupó una variedad de cargos en los tempranos 1940, fue directo al grano:
‘Cada vez que necesitábamos a alguien,’ dijo McCloy, queriendo explicar la
presencia de miembros del CFR en el establishment
de defensa que peleó la Segunda Guerra Mundial, ‘hojeábamos la lista de
miembros del consejo y telefoneábamos a Nueva York.’ ”[2] Estas opiniones son bastante comunes: “El politólogo Lester Milbraith
observa que la influencia del CFR por todo el gobierno es tan penetrante que
se vuelve difícil distinguir los programas del CFR de los del gobierno: ‘El Council on Foreign Relations, si bien
no es financiado por el gobierno, trabaja tan de cerca con él que es difícil
saber cuáles acciones del consejo fueron estimuladas por el gobierno y cuáles
son independientes.’ ”[3] Para una fusión tan completa entre gobierno
y CFR, la relación debe poder sobrevivir la alternancia en el poder, por lo
cual no sorprende que el CFR, como es el caso de otros think tanks importantes, es ‘ecuménico’: reúne funcionarios
‘demócratas’ y ‘republicanos’ que de manera conjunta producen políticas
públicas para gobiernos tanto demócratas como republicanos. ¿Esto que implica? En un mercado de bienes comunes con
pocos oferentes se descubre a veces que, tras bambalinas, ellos se coluden a
manera de monopolio. En ese caso se dice que hay un cártel. En el mercado político estadounidense hay solo dos
oferentes que importan: el partido republicano y el partido demócrata; estos,
como vemos arriba, parecen integrarse de forma íntima en el sistema de
creación de políticas. Sobre esta evidencia, y tomando en cuenta que “las
juntas del CFR son secretas [y] los comentarios de los funcionarios
gubernamentales que hablan en juntas del CFR se mantienen confidenciales,”[4]
podemos proponer la hipótesis de que en EEUU gobierna un cártel político. La hipótesis de un cártel bipartidista
en EEUU pudiera explicar por qué ciertas políticas exteriores (y otras
políticas públicas) se orientan sobre un curso consistente a pesar de la alternancia
en el poder de los dos principales partidos, como es el caso de la tradición
pro yihadista y antiisraelí (Parte 2).
Decimos que al ojo del amo engorda la vaca. Los señores del dinero, amos del
sistema, jamás lo olvidan. “los presidentes y directores
corporativos, y los principales adinerados, tienen asientos, también, en los
consejos directivos de las fundaciones, universidades, y grupos de planeación
de políticas [think tanks] para
supervisar el gasto de sus fondos.”[5] Esos fondos se vierten a través
de las fundaciones, mismas que “aportan capital semilla para identificar
problemas sociales, determinar prioridades nacionales, e investigar nuevas
direcciones para las políticas de Estado.”[6] No puede exagerarse la
importancia de estas fundaciones, pues “proveen vínculos esenciales entre la
clase adinerada y la comunidad intelectual” y se articulan con las
corporaciones y las agencias gubernamentales. Como señala Dye, las políticas
públicas se justifican en base a investigaciones académicas, y “en general,
los académicos responden a la dirección de las fundaciones, corporaciones, y
agencias gubernamentales que respaldan los costes de investigación.”[7] Pero las fundaciones no son todas
iguales. La Fundación Bill y Melinda Gates, por
ejemplo, aunque sea “la más grande en términos de activos,” se dedica a
“terminar con la pobreza mundial, erradicar la malaria, eliminar la polio,
etc.” y tiene un enfoque global, lo cual “tiende a disipar la influencia de
[esta] Fundación en políticas públicas.” ¿Quiénes sí determinan las políticas
públicas? “Históricamente, las fundaciones más grandes y poderosas,” dice
Dye, “establecidas por las principales familias a nivel nacional—Ford,
Rockefeller, Carnegie [y algunas otras]…—.”[8] En nuestra investigación sobre el muy
influyente Council on Foreign Relations,
establecemos que fue creado por las redes industriales de Carnegie y
Rockefeller, y financiado luego por las fundaciones que llevan esos nombres y
también la Fundación Ford:
Altos funcionarios de estas
tres redes industriales rutinariamente se involucran en la dirección del CFR.
Pero no se limitan a eso; se involucran también en el financiamiento y
dirección de muchos otros grupos influyentes,
como documenta el politólogo Donald Abelson en su estudio erudito sobre los think tanks.[10] Entonces, si mis ojos
malpensados no me engañan, estoy viendo un cártel gobernante, bipartidista,
centrado en las redes de Carnegie, Ford, y Rockefeller. En dicho caso tiene abolengo. Estas
tres fundaciones ya concentraban tanto poder en los lejanos 1950 que ardió
entonces una gran controversia en el Congreso estadounidense, abanicada por
una investigación a cargo del Comité Cox y luego otra del Comité Reece. Como testimonia el trabajo de Rene
Wormser (1958), la queja de los indispuestos congresistas era que estas tres
fundaciones, manejando capitales casi inimaginables, injerían en “la
promoción de fines políticos… disfrazados de actividad filantrópica o
educativa.” El Comité Reece afirmó que había una “ ‘red o cartel’ en las
ciencias sociales” (sus palabras)
dominado por “las tres grandes” fundaciones: Carnegie, Ford, y Rockefeller.
Al abarcar casi todo el financiamiento para investigación, “las tres grandes”
habían socavado el mercado libre en la producción de conocimiento social. Con
ello, dominaban las políticas públicas.[11] La cosa nunca mejoró. Fuera de
documentar y señalar el cártel que ya existía, explica Wormser, el Comité
Reece de los 1950 no logró nada, pues “hubo una oposición poderosa a
cualquier investigación de estas fundaciones multimillonarias.” De hecho, “La
investigación Reece se vio frustrada desde su inicio hasta su pronta
conclusión—apresurada, ésta última, por el periódico más importante del
país,” el New York Times—.[12]
Me cautiva el último detalle.
¿Por qué habría el New York Times de
proteger a “las tres grandes”? Una investigación del historiador Christopher
Simpson brinda el contexto para ensayar una respuesta. Resulta que, tan pronto fue
creada en 1947, la CIA montó un sistema entero en los 1950s para educar a los
profesionales de medios, creando en las principales universidades—en un abrir
y cerrar de ojos—nuevos departamentos e institutos poblados por grandes
expertos en manipulación de masas: los genios de la guerra psicológica
estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial. Para ocultar su papel, la
CIA lavaba sus gastos a través de “las tres grandes” fundaciones. Lo
repasamos aquí:
La investigación profunda que
en ese preciso momento histórico pedían a voces los comités Cox y Reece
habría pillado a “las tres grandes” fundaciones coludiéndose con la CIA para
corromper el sistema de medios. Ya no luce tan misteriosa la oposición
vehemente del New York Times a
dicha investigación. Con base en esta historia
podemos adivinar que los administradores de los grandes medios estarán bien
integrados en el hipotético cártel gobernante. No asombra, por tanto, que Dye
los encuentre en los consejos directivos de “los puntos centrales de coordinación
en el proceso de creación de políticas”: los think tanks. En ellos, dice, “…se reúne gente de la cima de
las instituciones corporativas y financieras, universidades, fundaciones, grandes medios, y
las firmas legales más poderosas; los principales intelectuales; y las
figuras más influyentes del gobierno.”[14] Esta integración de los
directivos de medios a los think tanks es
clave, pues sin los directivos de medios no puede canalizarse el debate
público para que lo cocinado de antemano en los think tanks parezca producto de la democracia. Así pues, las
políticas emergen primero en “algunos grupos de planeación de
políticas—notablemente el Council on
Foreign Relations… [y algunos otros]—[que] influyen en un amplio rango de
políticas de Estado,” y sus recomendaciones “…son distribuidas luego a los medios
de masa, las agencias federales, y al Congreso. Los medios de masa tienen un
papel vital en preparar al público para algún cambio de políticas. Los medios
definen el ‘problema’ como problema y generan la agenda para la creación de
políticas. También generan incentivos para que las personalidades políticas
se alineen al otorgar tiempo valioso de difusión a quienes hablen a favor de
las nuevas direcciones en las políticas de Estado.”[15] Para los detalles, se destinan
fondos de la nación: “En una etapa posterior de la creación
de políticas, fondos masivos del gobierno se destinarán para llenar los detalles
en áreas ya exploradas por los estudios iniciales.”[16]
La gramática política de Estados Unidos—es
decir, la agrupación de reglas (a menudo implícitas) que rigen su discurso
público—es ‘democrática.’ En esa gramática se entiende que el pueblo manda,
es decir, que hay un mercado libre donde
los ciudadanos pueden ‘consumir’ el ‘producto’ político que más les gusta.
Por esta razón, si el poder realmente lo tiene un pequeño cártel, éste se
verá forzado a producir un mínimo de dos marcas—‘republicano’ y
‘demócrata’—para consumo de la gente, creando así la ilusión de una
contienda. Lo que parece—en sus
superficies—una vibrante democracia debe interpretarse, según este análisis,
como un gran show elaborado para satisfacer al público. Y se quiere un buen
show (cuánto mejor si Trump es corriente y grosero, y se esmera en parecer
racista, mientras que Clinton afecta ser la dama ofendida). Empero, un show,
no obstante su drama, al final no es más que eso. Entonces, así vaya el voto
de un lado, o del otro, será el mismo cártel quien regrese a gobernar. Los académicos que estudian la
política estadounidense casi nunca consideran la hipótesis del cártel
político. Cuando sí—como hizo, por ejemplo, el influyente economista político
Herschel Grossman—resulta que la existencia de un cártel es obvia (¡?). Pero
nadie se alarme: el cártel, según Grossman, al final es ‘democrático.’ (Ese
ruido sordo que se oye son las carcajadas amargas de George Orwell,
revolcándose en su tumba: La guerra es
la paz, la libertad es la esclavitud, el monopolio es mercado.)
Aterrizando: si la hipótesis de
un cártel bipartidista es razonable, queda en entredicho el poder del
presidente; quizá no sea más que un rehén de la burocracia, un mero
testaferro, como en la sátira británica “Yes,
Prime Minister!” En dicho caso, aun suponiendo que Trump
prometiera de corazón una política exterior distinta en Oriente Medio, su
papel se limita a dar la cara. Podrá ser portavoz de un nuevo discurso mas no—toda vez que el cártel
no lo autorice—adalid de una nueva política.
Si esta interpretación atina,
Trump habrá hecho como sus predecesores, reclutando de entre los principales think tanks a sus altos funcionarios.
Y estos, desde luego, harán como siempre. En el siguiente artículo, para
poner nuevamente a prueba el modelo de HIR, veremos qué tan cerca está
nuestra predicción de la realidad.
Pies de página y lecturas adicionales [0] Dye, T. R. 2016. Who’s Running America? The Obama Reign, 8 ed. New York: Routledge. (p.194) [1] Dye, T. R. 2016. Who’s Running America? The Obama Reign, 8 ed. New York: Routledge. (p.194) [2] Domhoff, G. W. 1970. The Higher Circles: The Governing Class in America. New York: Random House. (pp.113-14, 117) [3]
Dye, T. R. 1978. Oligarchic Tendencies in
National Policy-Making: the Role of the Private Policy-Planning
Organizations. The Journal of Politics 40:309-331. [4] Dye, T. R. 2016. Who’s Running America? The Obama Reign, 8 ed. New York: Routledge. (p.144) [5]
Dye, T. R. 2016. Who’s Running America? The Obama Reign,
8 ed. New York: Routledge. (p.141) [6] Dye, T. R. 2016. Who’s Running America? The Obama Reign, 8 ed. New York:
Routledge. (p.141) Dye,
T. R. 2016. Who’s Running America? The
Obama Reign, 8 ed. New York: Routledge. (pp.140-143) [7]
Dye, T. R. 2016. Who’s Running America?
The Obama Reign, 8 ed. New York: Routledge. (p.141) [8] Dye, T. R. 2016. Who’s
Running America? The Obama Reign, 8 ed. New York: Routledge. (p.127) [9] “What is the Council on Foreign Relations?”; Historical and Investigative Research;
4 March 2008; by Francisco Gil-White [10] Abelson, D. E. 2006. A Capitol Idea: Think Tanks and US Foreign Policy. Montreal:
McGill-Queen's University Press. [11] Wormser, R. A. 1958. Foundations: Their Power and Influence. New York: Devin Adair.
(pp.xiv, 63-65) [12] Wormser, R. A. 1958. Foundations: Their Power and Influence. New York: Devin Adair.
(contraportada) [13] PSYCHOLOGICAL WARFARE COMMUNICATION RESEARCH, AND THE
MEDIA; Historical and Investigative
Research; 17 May 2016; by Francisco Gil-White [14] Dye,
T. R. 2016. Who’s Running America? The
Obama Reign, 8 ed. New York: Routledge. (p.141) [15] Dye, T. R. 2016. Who’s Running America? The Obama Reign, 8 ed. New York: Routledge. (p.143) [16] Dye,
T. R. 2016. Who’s Running America? The
Obama Reign, 8 ed. New York: Routledge. (p.141) [17]
“3. PRINCIPAL AGENT THEORY: The Citizen and the State”; from PSYCHOLOGICA
WARFARE AND POLITICAL GRAMMAR; Historical and Investigative Research – 17 May
2016, by Francisco Gil-White |
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