Notify me of new HIR pieces! |
|
La elocuencia del contraste Historical and
Investigative Research; 4 agosto 2014 Este domingo acudí a una manifestación
en el Hemiciclo a Juárez, frente a Relaciones Exteriores y el Museo de
Memoria y Tolerancia, para defender el derecho israelí de proteger a sus
civiles de terroristas. Aprendí algo importante. En la víspera de este evento escribí y
circulé un ensayo sobre los peligros de las ‘mayorías silenciosas.’ Cuando la mayoría se opone al
antisemitismo pero no lo expresa, dije, los ruidosos antisemitas—que sí
tienen el coraje de expresar sus convicciones—parecen más, y así pueden
seducir a la gente ‘borrega’ al antisemitismo. Es importante, por ende,
expresar públicamente nuestro rechazo a la intolerancia—para que los mirones
nos cuenten—. Cuando el antisemitismo se disfraza de ‘oposición a Israel,’
negando al Estado judío derechos que a otros Estados nadie regatea, se trata
entonces de apoyar a Israel. El argumento es válido—no lo desecho—.
Pero la manifestación del domingo me hizo ver—o más bien recordar—otro, aun más importante. Lo vi muy claro porque no fuimos
tantos a favor de Israel. Pero sí fuimos distintos. Separados de nosotros por una fila de
policías capitalinos estaba un grupo de manifestantes ‘pro palestinos,’ como
se hacen llamar. Ellos torcían sus caras, levantaban sus puños en el aire, y
nos gritaban insultos; nosotros les cantábamos Hatikva,
el Himno Nacional, canciones hebreas, y ‘Cielito Lindo.’ El vestuario parecía escogido para el
contraste. Ellos, envueltos en tonos oscuros, levantaban letreros también
oscuros, y algunos, hombres y mujeres, se cubrían con mascadas negras (¿para
simbolizar qué? ¿su apoyo a la esclavitud musulmana
de la mujer? ¿para parecer asaltantes o
terroristas?). Nosotros, con los rostros bien descubiertos y sonriendo,
vestíamos todos de blanco, y levantábamos letreros también blancos. De un
lado oscuridad, del otro luz. Hubo varios momentos de obvia
confusión—para ellos—. El primero fue cuando, al llovernos
insultos cada vez más vulgares, las señoras cristianas que yo tenía detrás (en nuestro grupo había muchas
señoras, judías y cristianas) comenzaron espontáneamente a cantar una hermosa
canción hebrea. Los manifestantes ‘pro palestinos’ perdieron un poco el
equilibrio. De momento hicieron menos ruido. Se miraron unos a otros. Luego
se recuperaron y llovieron nuevos insultos. Pero con cada nueva canción
regresaba un poco su desazón. Violábamos alguna regla del juego. Había muchos mirones y se refrescaban
continuamente, pues en domingo los ciclistas capitalinos inundan Reforma y el
derredor de la Alameda, aprovechando la cerrazón de calles. Y los que no
ruedan, caminan. Vi el asombro en sus rostros: de ver que no había
provocación efectiva, de que el odio del otro no despertaba el nuestro, de que
teníamos canciones para las groserías. Y me sentí orgulloso. Orgulloso de
estar ahí parado, defendiendo el Estado de Israel, con judíos y no judíos,
demostrando con el ejemplo que tenemos razón, que defendemos a este pueblo
porque es diferente. Porque si los
occidentales tenemos una deuda con alguien es con el pueblo judío y su Ley de
Moisés, columna vertebral de todo progreso ético en Occidente, base de los
mejores valores del cristianismo y de la Ilustración Europea, de nuestros
derechos y libertades modernos. Y aprendí esto: que si bien es
importante, cuando nos manifestamos a favor de Israel, tratar de ser muchos,
es más importante ser buenos. Eso afecta aun más a
los mirones, porque la mayoría son buenos, y reconocen la tolerancia y el amor. Y no solo afecta a los mirones. Uno de
los manifestantes ‘pro-palestinos,’ en un gesto dramático que quedó grabado
en video, tuvo un vuelco de consciencia—ahí,
rodeado de sus ruidosos compañeros—, y nos pidió perdón. Te invito nuevamente, pues, a manifestar
tu apoyo al pueblo judío. Es importante que seamos
muchos. Pero es más importante, todavía, que seamos un testimonio vivo de los
valores que este pueblo nos heredó.
|
Notify me of new HIR pieces! |