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La elocuencia del contraste
(pro Israel vs anti Israel)

Historical and Investigative Research; 4 agosto 2014
por Francisco Gil-White
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Este domingo acudí a una manifestación en el Hemiciclo a Juárez, frente a Relaciones Exteriores y el Museo de Memoria y Tolerancia, para defender el derecho israelí de proteger a sus civiles de terroristas. Aprendí algo importante.

En la víspera de este evento escribí y circulé un ensayo sobre los peligros de las ‘mayorías silenciosas.’ Cuando la mayoría se opone al antisemitismo pero no lo expresa, dije, los ruidosos antisemitas—que sí tienen el coraje de expresar sus convicciones—parecen más, y así pueden seducir a la gente ‘borrega’ al antisemitismo. Es importante, por ende, expresar públicamente nuestro rechazo a la intolerancia—para que los mirones nos cuenten—. Cuando el antisemitismo se disfraza de ‘oposición a Israel,’ negando al Estado judío derechos que a otros Estados nadie regatea, se trata entonces de apoyar a Israel.

El argumento es válido—no lo desecho—. Pero la manifestación del domingo me hizo ver—o más bien recordar—otro, aun más importante.

Lo vi muy claro porque no fuimos tantos a favor de Israel. Pero sí fuimos distintos.

Separados de nosotros por una fila de policías capitalinos estaba un grupo de manifestantes ‘pro palestinos,’ como se hacen llamar. Ellos torcían sus caras, levantaban sus puños en el aire, y nos gritaban insultos; nosotros les cantábamos Hatikva, el Himno Nacional, canciones hebreas, y ‘Cielito Lindo.’

El vestuario parecía escogido para el contraste. Ellos, envueltos en tonos oscuros, levantaban letreros también oscuros, y algunos, hombres y mujeres, se cubrían con mascadas negras (¿para simbolizar qué? ¿su apoyo a la esclavitud musulmana de la mujer? ¿para parecer asaltantes o terroristas?). Nosotros, con los rostros bien descubiertos y sonriendo, vestíamos todos de blanco, y levantábamos letreros también blancos. De un lado oscuridad, del otro luz.

Hubo varios momentos de obvia confusión—para ellos—.

El primero fue cuando, al llovernos insultos cada vez más vulgares, las señoras cristianas que yo tenía detrás (en nuestro grupo había muchas señoras, judías y cristianas) comenzaron espontáneamente a cantar una hermosa canción hebrea. Los manifestantes ‘pro palestinos’ perdieron un poco el equilibrio. De momento hicieron menos ruido. Se miraron unos a otros. Luego se recuperaron y llovieron nuevos insultos. Pero con cada nueva canción regresaba un poco su desazón. Violábamos alguna regla del juego.

Había muchos mirones y se refrescaban continuamente, pues en domingo los ciclistas capitalinos inundan Reforma y el derredor de la Alameda, aprovechando la cerrazón de calles. Y los que no ruedan, caminan. Vi el asombro en sus rostros: de ver que no había provocación efectiva, de que el odio del otro no despertaba el nuestro, de que teníamos canciones para las groserías.

Y me sentí orgulloso. Orgulloso de estar ahí parado, defendiendo el Estado de Israel, con judíos y no judíos, demostrando con el ejemplo que tenemos razón, que defendemos a este pueblo porque es diferente. Porque si los occidentales tenemos una deuda con alguien es con el pueblo judío y su Ley de Moisés, columna vertebral de todo progreso ético en Occidente, base de los mejores valores del cristianismo y de la Ilustración Europea, de nuestros derechos y libertades modernos.

Y aprendí esto: que si bien es importante, cuando nos manifestamos a favor de Israel, tratar de ser muchos, es más importante ser buenos. Eso afecta aun más a los mirones, porque la mayoría son buenos, y reconocen la tolerancia y el amor.

Y no solo afecta a los mirones. Uno de los manifestantes ‘pro-palestinos,’ en un gesto dramático que quedó grabado en video, tuvo un vuelco de consciencia—ahí, rodeado de sus ruidosos compañeros—, y nos pidió perdón.

Te invito nuevamente, pues, a manifestar tu apoyo al pueblo judío. Es importante que seamos muchos. Pero es más importante, todavía, que seamos un testimonio vivo de los valores que este pueblo nos heredó.

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